No hay cosa que me toque más las narices que alguien diciendo «No puedo». Supongo que lo mismo le pasa a este gran hombre, Tony Melendez, el cual nació sin brazos, pero eso no le impidió, con la ayuda de lo más alto, hacer lo que nadie creía que sería capaz, convertirse en un excelente guitarrista, compositor e interprete, asi como en una fuente de inspiración para los que luchan por sus metas, y como un latigazo en la espalda para todos aquellos que basan su vida en estar sentados sin hacer más que ver pasar el tiempo entre tontería y tontería por creer que no son capaces de nada.
http://www.youtube.com/watch?v=RoLoFe3Eze8
Gracias a Salva por el vídeo, 😉
Test de Adolescente
Existe una frecuencia de sonido que solo los menores de 25 años pueden percibir, la cual es bastante molesta cuanto más se escucha. Por lo visto es utilizada en tiendas y restaurantes para evitar la entrada de estos jóvenes. Comprueba tu edad haciendo el test:
Inteligencia Emocional
En la década del sesenta, Walter Mischel llevó a cabo desde la Universidad de Stanford una investigación con preescolares de cuatro años de edad, a los que planteaba un sencillo dilema: «Ahora debo marcharme y regresaré dentro de veinte minutos. Si quieres, puedes comerte esta golosina, pero si esperas a que yo vuelva, te daré dos.»
Aquel dilema resultó ser un auténtico desafío para los niños de esa edad. Se planteaba en ellos un fuerte debate interior: la lucha entre el impulso por comer la golosina y el deseo de contenerse para lograr más adelante un objetivo mejor.
Era una lucha entre el deseo primario y el autocontrol, entre la gratificación y su demora. Una lucha de indudable trascendencia en la vida de cualquier persona, pues no puede olvidarse que tal vez no exista habilidad emocional más esencial que la capacidad de resistir el impulso. Este es el fundamento de cualquier tipo de autocontrol emocional, puesto que toda emoción supone un deseo de actuar y es evidente que no siempre ese deseo será «oportuno».
El caso es que Mischel llevó a cabo su estudio y efectuó un seguimiento de esos mismos niños durante más de quince años…
En la primera prueba, comprobó que aproximadamente dos tercios de esos pequeños de cuatro años de edad fueron capaces de esperar los veinte minutos (que seguramente les pareció una eternidad). Pero otros, más impulsivos, se abalanzaron sobre la golosina a los pocos segundos de quedarse solos en la habitación.
Además de comprobar lo diferente que era entre unos y otros la capacidad de demorar la gratificación y, por lo tanto, el autocontrol emocional, una de las cosas que más llamó la atención al equipo de experimentadores fue el modo en que aquellos niños soportaron la espera: volverse para no ver la golosina, cantar o jugar para entretenerse, o incluso intentar dormirse.
Pero lo más sorprendente vino unos cuantos años después, cuando pudieron comprobar que la mayor parte de quienes en su infancia habían logrado resistir aquella espera, luego en su adolescencia eran notablemente más emprendedores, equilibrados y sociables.
Aquel estudio comparativo revelaba que – en términos de conjunto – los niños que en su momento superaron la prueba de la golosina fueron luego (diez o doce años después) personas mucho menos proclives a desmoralizarse, más resistentes a la frustración y más decididos y constantes.
Como es natural, no es que el futuro esté ya predeterminado para cada persona desde su nacimiento, entre otras cosas porque no puede olvidarse que a los cuatro años se ha recibido ya mucha educación. Hay, sin duda, toda una herencia genética, un temperamento innato que influye bastante, pero no es ése el factor principal. Un niño de cuatro años puede haber aprendido a ser obediente o desobediente, disciplinado o caprichoso, ordenado o desordenado, como bien puede atestiguar cualquier padre, o cualquier persona que trabaje con preescolares.
Es indudable que el tipo de educación que había recibido cada uno de esos niños influyó decisivamente en el resultado de aquella prueba con las golosinas. Por eso, más que alentar oscuros determinismos ya cerrados desde la infancia, o viejas tesis conductistas, lo que aquella investigación vino a resaltar es cómo las aptitudes que despuntan tempranamente en la infancia suelen florecer más adelante, en la adolescencia, o en la vida adulta, dando lugar a un amplio abanico de capacidades emocionales. La capacidad de controlar los impulsos y demorar la gratificación, aprendida con naturalidad desde la primera infancia, constituye una facultad fundamental, tanto para cursar una carrera como para ser una persona honrada, o tener buenos amigos.
La capacidad de resistir los impulsos, demorando o eludiendo una gratificación para alcanzar otras metas – ya sea aprobar un examen, levantar una empresa, o mantener unos principios éticos – , constituye una parte esencial del gobierno de uno mismo. Y todo lo que en tarea de educación, o auto-educación, pueda hacerse por estimular esa capacidad será de una gran trascendencia.
Motor a Reacción de Papel
Sin más utilidad que la propia curiosidad del experimento, podemos acercarnos al concepto que usan cohetes y turboreactores de avión para
impulsarse.
Construimos una pequeña caja de papel donde introducimos el gas de un mechero, cuando acerquemos la mecha a la «tobera» de nuestro pequeño cohete, el gas de dentro se inflamara expandiendo su tamaño gracias al aumento de temperatura. Como solo tiene un lugar por donde salir toda esa masa de gas que ya no cabe, pues por principio de acción y reacción, la masa y la velocidad del gas que sale por la «tobera» provocará una fuerza en sentido contrario que impulsara nuestro mini cohete.
Hacer Yogur
Fácil, bueno, barato, ecológico…
Hacer yogur en casa es muy sencillo; supone un ahorro de energía, de recursos materiales y de dinero, y además podemos comérnoslo fresco.
Otra opción a todo esto es comprarnos una Yogurtera, que todavía venden en algunos sitios como Alcampo, por unos 30 € aproximadamente, pero asi queda como más artesanal.
Para hacer yogur sólo hay que dar leche calentita «para comer» a un poco de yogur que ya tengamos. A una temperatura de unos 45ºC, las bacterias que hay en el yogur producen una fermentación que transforma los azúcares de la leche en ácido láctico. De esta forma la leche se va espesando y convirtiéndose en yogur.
El yogur se usa desde la antigüedad. Se cree que se formó espontáneamente por la acción del calor del sol sobre los recipientes en los que se guardaba la leche, que estaban hechos con pieles o estómagos de animales en los que se encuentran las bacterias que forman el yogur.
Qué hace falta
- Leche (tanta como yogur queramos hacer).
- Algo de yogur natural sin azúcar (comprado o del que nos queda en casa).
- Botes de vidrio que tengamos en casa: tantos como sean necesarios para que
quepa toda la leche. Tienen que estar limpios y secos. - Una cuchara limpia.
- Algún aislante que conserve el calor: papeles de diario, una caja de corcho o
porexpan, un termo, una manta… - Lo idóneo (aunque no es imprescindible) es tener un termómetro que llegue
hasta 90ºC. Se venden en tiendas de material de laboratorio.
Cómo se hace
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Poner una cucharada de yogur en cada bote. Por cada medio litro de leche hace falta una cucharada, más o menos. |
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Se pone la leche a fuego lento hasta que llegue a 85ºC, removiendo de vez en cuando con un utensilio limpio (por ejemplo el propio ermómetro) para que no se pegue en el fondo. Esto tarda unos 10 minutos, dependiendo de la temperatura ambiente. Si no tienes termómetro, apaga el fuego cuando la leche empiece a humear y a subir ligeramente. |
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Remover la leche de vez en cuando hasta que baje a 45ºC. Tarda una media hora, según la estación. Si baja de 45ºC, volveremos a encender el fuego hasta que llegue a esa temperatura. Si no tienes termómetro, mete medio dedo meñique (es el más sensible) en la leche: estará a punto cuando todavía te quemes pero puedas aguantar el dedo dentro. Si no te quemas, vuelve a calentarla hasta 45ºC. |
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Vertemos la leche en los botes, cuanto más los llenemos mejor (así quedará menos aire). |
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Remover vigorosamente con la cuchara para que el yogur se mezcle bien con la leche. |
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Tapar los botes y guardarlos de manera que se conserve el calor: envueltos con papel de diario y metidos en una caja, envueltos con una manta, etc. (en este caso puede ser conveniente ponerlos en una bolsa para evitar que la manta se manche). Dejarlos reposar sin moverlos para nada durante al menos 6 horas (por ejemplo toda la noche) en el lugar más caliente de la casa. |
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Sacamos los botes de la caja, esperamos 5 o 10 minutos para que pierdan la tibieza y los metemos en la nevera. En unas 4 horas el yogur se habrá espesado y estará listo para comer. Se continúa espesando durante dos días. |
Cómo se conserva
Sin abrir el bote, el yogur se conserva 8 o 10 días.
Una vez abierto, al cabo de unos 5 o 6 días se formarán hongos de color blanco y rosa en la superficie del yogur (en contacto con el aire). Si lo vamos comiendo regularmente no se llegarán a formar nunca.
Si el bote nos dura más de 5 días es conveniente que quitemos los restos de yogur de las paredes.
Después de coger yogur se tapará el bote, y procuraremos devolverlo a la nevera cuanto antes.
Más trucos
- Es muy cómodo usar un reloj-alarma que nos avise cuando ha pasado más o menos el rato de calentar y enfriar la leche. Muchas cocinas y hornos los llevan incorporados, y también se pueden comprar.
- Podemos forrar una caja de cartón con láminas de corcho o porexpan que tengamos por casa. En un laboratorio nos pueden dar una caja de porexpan usada.
- Si coméis bastante yogur, mejor ponerlo en botes grandes: así ocuparán menos en la nevera.
- Si coméis poco, es mejor usar botes pequeños porque se acabarán antes y será menos probable que se formen hongos.
- Si se nos va a acabar el yogur podemos volver a hacerlo con lo que queda. Se puede pasar toda la vida sin tener que comprarlo nunca.
- El yogur se puede comer con trozos de fruta, frutos secos, miel…
- Es también un ingrediente para ensaladas, pasteles, sopas…
- Con el yogur se pueden hacer bebidas y platos de verano: ayran (yogur con agua y sal), tzatziki (yogur colado con pepinos y ajos)…
¿Cuesta mucho?
- El proceso de preparar yogur es muy sencillo. No hace falta ninguna destreza ni «vocación» especial.
- El tiempo real que le tenemos que dedicar es de unos 10 minutos. Todo el proceso puede durar unos tres cuartos de hora, pero mientras tanto podemos hacer otras cosas (por ejemplo cocinar o fregar los platos). Después, el yogur se hace solo.
- Cuesta lo mismo para cualquier cantidad de yogur que queramos hacer.
- Si lo hacemos a partir del yogur que nos queda sólo tenemos que comprar la leche, que cuesta el mismo esfuerzo que comprar yogur ya hecho.
- Un litro de leche vale menos de la mitad que un litro de yogur comprado.
¿Qué ganamos?
- Sabemos que en el yogur hecho en casa no hay conservantes ni aditivos y los nutrientes no se han desnaturalizado con procesos industriales.
- Lo comemos al poco de hacerlo. El que compramos puede haberse elaborado mucho antes, y con el tiempo las bacterias se van muriendo.
- Será especialmente sano y bueno si partimos de leche y yogur ecológicos.
- Hacer cosas nosotros mismos nos puede generar satisfacción.
- Es educativo. Podemos compartir la actividad con los niños.
- Podemos usar los mismos botes toda la vida. Por cada litro de yogur que hacemos dejamos de gastar 8 envases de plástico, 8 tapas de aluminio y un envoltorio de cartón (también lo hay en botes de vidrio pero no es fácil de encontrar). En cambio usamos un envase de leche: la mejor opción es el vidrio (también muy difícil de encontrar) y después el plástico. El tetrabrik es lo más desaconsejable.
- Ahorramos mucha energía, contaminación e infraestructuras: plantas de producción, tintas para imprimir los envases, transporte y almacenaje en frío… Según un estudio alemán, las materias primas de un yogur de fresa pueden haber recorrido 8.000 kilómetros.